Dos artistas, dos maneras de retratar, dos retratos, Adriana Zorrilla y Verena Otterbach. Paradógico y casi mágico hacer retratos, porque haciéndolos el artista se retrata a sí mismo y termina haciendo autoretratos a través de los otros. Eso pienso. El que retrata y el retratado terminan siendo una misma persona. Esa forma de interpretar es algo presente, muy presente, en la obra de Adriana y Verena. El pintor se coloca ante un acto íntimo, que es entrar en la vida del otro y lograr que ese otro sea nombrado, conocido por los demás, esa persona existe, estas son sus particularidades, sus huellas… la pintura, cuando buena, de alguna manera es siempre autobiográfica.
Esa ha sido la misión del artista que retrata: dejar sobre el soporte este acto único que es dejar bien claro quien es la persona mostrada, con todos sus atributos psicológicos y físicos que lo hacen único, singular. Siempre ha sido, desde los retratos del Fayum, pasando por el retrato inglés del siglo XVIII, hasta nuestros días. En ellas hay dos maneras de retratar y ser retratadas. Pictóricamente sus pasados están con Lucian Freud, Gerhard Richter, deudoras del retrato contemporáneo, pero sobre todo con ellas mismas, con sus circunstancias, saben interpretarlas. Obras venidas de su relación con la fotografía pero puestas en otro camino, el de la pintura, con un lenguaje muy personal en sus telas, con conocimiento de la buena pintura, con maestría. Constatan Adriana y Verena esa larga tradición del hombre de retratar a su semejanza, de observarse a si mismo, de ver al hombre desde el hombre; sin embargo, en este caso, tradición renovada y rejuvenecida. |
Carlos García de la Nuez, Ciudad de México 2014